El candidato perdedor del PAN, Ricardo Anaya, quiere las cenizas de su partido para canjearlas como moneda de cambio con el presidente electo Andrés Manuel López Obrador.

Por eso todos los días grilla y cabildea a favor de su servidumbre Marko Cortés, para imponerlo como líder nacional del PAN.

No importa cuan gris es Marko Cortés ni sus deficiencias. No. Anaya quiere un títere para tener con qué negociar impunidad pues sabe que tiene investigaciones penales por lavado de dinero y evasión fiscal.

Lejos quedaron los días en que Ricardo Anaya, candidato perdedor a la presidencia de México por una coalición, se mostraba altivo, arrogante y soberbio.

Y todavía más lejos quedaron esos días cuando el propio Anaya amenazaba encarcelar a Enrique Peña Nieto y llamaba corrupto a Andrés Manuel López Obrador.

Hoy Anaya regatea ser recibido por el mismo AMLO para tratar principalmente un tema: su impunidad por los procesos judiciales en los que está involucrado por lavado de dinero principalmente.

La suerte de José Antonio Meade no la tiene Anaya porque no ha sido invitado a la casa del presidente electo.

Anaya sobrepasó los límites y traicionó los códigos políticos no escritos.

Y por eso adentro y afuera de su partido lo ven con recelo y desconfianza porque no es un tipo confiable.