El secretario de Estado vive días inciertos. A finales de noviembre, fuentes de la Casa Blanca llegaron a informar de que había un plan para reemplazarle por el director de la CIA, Mike Pompeo. Aunque el propio presidente lo desmintió, la figura de Tillerson quedó dañada. Alejado del núcleo íntimo de Donald Trump, se hizo evidente que no coinciden en modos ni en posiciones. Corea del Norte es uno de esos puntos de separación. “No pierdas el tiempo tratando de negociar con el pequeño hombre cohete”, le llegó a decir en octubre Trump a Tillerson en un tuit.
Pero esta vez es distinto. En aquel momento se trataba de intentos informales. En cambio, el ofrecimiento lanzado este martes a Pyongyang es de tal envergadura que difícilmente ha podido ser adoptado sin aquiescencia del Despacho Oval. No sería un juego extraño en Trump. En ocasiones permite que sus colaboradores asuman el riesgo y luego mantiene los platillos girando en el aire hasta el último momento. Ocurrió con el pacto nuclear de Irán y con la retirada del acuerdo contra el cambio climático.
La Casa Blanca: "Ahora no es el momento"
La diplomacia se juega en los matices. El ofrecimiento efectuado por el secretario de Estado, Rex Tillerson, a Corea del Norte impone una condición clara: que transcurra un “periodo de calma”. Esta petición implica que un diálogo es ahora mismo imposible. Hay que esperar a que se aquieten las aguas y que Pyongyang aplace sus ensayos balísticos y nucleares.
Esa posición fue recordada este miércoles con énfasis por la Casa Blanca. “Dada la última prueba de un misil, claramente ahora no es el tiempo (para negociaciones)”, afirmó un portavoz del Consejo de Seguridad Nacional, quien insistió en que para abrir el diálogo Corea del Norte debe “mejorar su conducta” de forma clara.
En este caso, Tillerson ha tomado un camino directo. Evitando toda arista verbal, se ha esforzado en abrir un cauce de diálogo en un momento especialmente tenso. “No es realista decir que sólo pueden hablar si vienen a la mesa listos para renunciar a su programa. Han invertido demasiado en él [...] Estamos dispuestos a hablar con Corea del Norte en el momento que quiera. Estamos dispuestos a una primera reunión sin condiciones previas. Veámonos y hablemos del tiempo si hace falta o de si la mesa debe ser redonda o cuadrada, y luego empecemos a trazar una hoja de ruta”, dijo Tillerson en una conferencia en el think tank Atlantic Council.
El movimiento, con sus concesiones al enemigo número uno de EE UU, apunta a un golpe táctico destinado a abrir una vía de oxigenación en un conflicto cada vez más emponzoñado, pero también posiblemente a complacer al actor clave: China. Sabedor de que cualquier logro diplomático depende de la colaboración de Pekín, el secretario de Estado mostró lo avanzadas que están las conversaciones con el gigante asiático. Así, reveló que en caso de conflicto o colapso del régimen de Pyongyang, Estados Unidos se ha comprometido con China a alejarse de la frontera norcoreana y que su único interés sería el futuro de las armas nucleares para evitar que caigan “en manos indeseables”.
El ofrecimiento de Tillerson no ha recibido aún contestación de Corea del Norte. La postura tradicional del Líder Supremo, el tiránico Kim Jong-un, ha sido que solo habrá diálogo cuando se complete su misil intercontinental con carga nuclear. Otro punto de fricción son las propias maniobras militar de EE UU y Corea, vistas como una amenaza por Pyongyang.
Superados todos estos escollos queda la propia inercia del pulso nuclear y balístico. No es solo que la última prueba, con un misil que podría haber impactado en Washington, haya demostrado lo desarrollado que está el programa norcoreano e irritado proporcionalmente al Pentágono. Es también el rencor acumulado entre Trump y Kim Jong-un y que ha derivado en un insólito espectáculo de insultos. Todo ello tiene ahora que ser salvado.