A estas alturas, no creo que nadie – incluso los ínclitos dirigentes del PRI- cree que Enrique Peña Nieto tiene algo que ofrecer al país. Desde hace años he señalado en este espacio cómo se advierte un presidente con déficit cognitivo conductual que ha está dejando al país como campo minado. Ya dejó de tocar fondo, va por nuevas zonas inexploradas abajo del fondo como construcción semántica. No pocos creyeron que Vicente Fox, el locuaz presidente de la alternancia, había tocado fondo al mudar de las formas habituales del poder y de una serie de decisiones poco afortunadas. No fue así. Llegó Felipe Calderón, quien hizo de los desencuentros entre el Estado mexicano y los cárteles de crimen organizado un escenario que llegó a las zonas públicas, dejando al final del día sin paz social a México. No quedaron secuelas, esa decisión sigue gozando de cabal salud y más de la mitad del territorio nacional es campo minado. Con todo, Enrique Peña Nieto, ha logrado una proeza casi imposible, borrar los yerros y excesos de los presidentes de extracción del PAN. Y en el colmo, hay cada vez un número mayor de tomadores de decisiones que extrañan que, con todo, los presidentes del PAN tenían al menos un sistema nervioso central funcional.
Enrique Peña Nieto ha echado por la borda lo que quedaba de la figura presidencial como un pasado de unidad nacional. Hoy, decisiones impertinentes, medidas inoportunas y discursos irracionales nutren día con día un círculo vicioso que pone en peligro la gobernabilidad mínima del país. Y eso no sólo afecta al presidente EPN, sino a la sociedad en su conjunto. Lo he dicho muchas veces y ahora lo reitero: el mexicano es resignado, agachón y temeroso, en sus grandes números, de tomar decisiones para salir de su letargo histórico. El problema es que los aislados movimientos que se han dado y se puedan seguir viendo son reacciones llenas de odio, anarquía y desorganización que, paradójicamente, representan el mejor camino para la represión, para desincentivar la participación social y para confirmar la decisión, en la gran mayoría de la población, de que lo mejor es quedarse callado, en casa, en espera de que alguien venga a resolver los problemas de los mexicanos. Absurdo, pero con asideros en los hechos.
Enrique Peña Nieto se ha quedado sólo – salvo sus empleados y quienes tienen intereses muy cercanos a él- sus frases de circo de vodevil casi nadie de su partido las secunda. Al contrario, han salido voces de su propio partido que han ofrecido alternativas al “gasolinazo” que – como todo- pueden ser discutibles, pero reflejan que hay comunicación entre neuronas, lo que ya es mucho en este gobierno que va a la retaguardia de las necesidades sociales. Ya ni siquiera puede generar consenso entre sus aliados tradicionales. La COPARMEX- que en realidad representa a los dueños de las principales empresas del país- y no el Consejo Coordinador Empresarial- que tiene una membresía de pequeñas y medianas empresas, muchas de ellas con negocios con el gobierno federal- se ha negado a secundar las ocurrencias de Peña Nieto. Se deslinda de la política del botepronto y del impulso de coyuntura que al calor de la coyuntura el gobierno de EPN sale con lo que sea para salir del paso. Se puede ver que conforme pasa el tiempo el pasivo que representa EPN para el PRI se hace más grande y en ese contexto está dejando fuera- lo que a mí en lo personal me da mucho gusto- a ese partido y a su satélite el PRD de cualquier asomo de poder formar gobierno en el 2018 e incluso en el 2017 en el histórico campo de votos priístas, el Estado de México.