Al derrotado panista Eduardo Rivera Pérez, no le será fácil apoderarse del CDE del PAN tras el fracaso político de apenas hace un mes en el que perdió la gubernatura de Puebla.
Y no le será fácil, porque desprecia a la gente de escasos recursos y solo le importan los que viven en zonas conurbadas, como lo explica Tania Hernández Vicencio, en su ensayo denominado La élite de la alternancia. El caso del Partido Acción Nacional.
En el impecable trabajo académico, la investigadora y académica también deja entrever que a los panistas no les gustaba asistir a prepararse a universidades como Harvard, Stanford o Yale; preferían otras instituciones ubicadas en España, Alemania e incluso Venezuela. La explicación es fácil: no hablaban inglés y les era imposible adaptarse al ritmo neoliberal que impuso el Priato. Eran ciudadanos me medio pelo para abajo en materia de conocimientos.
Lalo Rivera fue uno de ellos, toda vez que sólo posee estudios universitarios en Ciencias Políticas, pero tiene años que no lee siquiera un libro.
En estos momentos, Rivera representa la cara de la otra moneda cuando los políticos son perdedores: está preocupado por salvar las corruptelas que cometió y ordenó en el Ayuntamiento de Puebla, y con mayor precisión, en el DIF.
Para evitar la cárcel, el panista dedica todo el tiempo para posicionar su imagen, en aras de apoderarse del partido albiazul, cabildea con panistas y en sus redes presume relaciones con otros panistas que ganaron en otras entidades. Pero nadie le quita lo perdedor y pronto lo corrupto.
Su problema es que han salido diversos disidentes panistas que andan molestos de que se violen los estatutos del partido . Y eso le quita el sueño y su libertad psicológica.
Rivera Pérez, el príncipe del Yunque, actúa como fiera herida porque no digiere que el pueblo lo haya rechazado y apoyado al gobernador electo Alejandro Armenta.
¿Qué es lo que preocupa en verdad a Rivera?. La respuesta es muy sencilla: ir a la cárcel por los múltiples delitos que cometió cuando fue alcalde de Puebla.