Lunes, 19 Marzo 2018 13:27

Hacer ciencia, a menudo, es jugar en una cancha de fútbol soccer, con un bat de béisbol y una pelota de americano: José Ramón Eguibar

Escrito por Contraparte/Staff

El investigador del Instituto de Fisiología, nivel III del SNI, trabaja el bostezo como un marcador de la ansiedad, la depresión, el sueño y la conducta sexual.

Desde dos trincheras, la Dirección General de Investigación y el Laboratorio de Neurofisiología de la Conducta y Control Motor, José Ramón Eguibar Cuenca prodiga su energía entre las tareas administrativas, la investigación y la docencia. Sus estudiantes ocupan un sitio en sus prioridades, pues está convencido de la formación de cuadros científicos para el país, con sentido ético y humanista. Su línea de investigación es la fisiología de la conducta y registro eléctrico de la actividad neuronal, con las sublíneas: ratas de alto y bajo bostezo. Tras varias décadas de trabajo sistematizado, los resultados están por publicarse. Allí demuestra la relación del bostezo con la ansiedad-depresión, una patología que representa el 35 por ciento de las enfermedades mentales.

José Ramón Eguibar, nivel III del Sistema Nacional de Investigadores del Conacyt, es un hombre motivado. La ciencia, expresa, “hasta hoy me divierte y me motiva”.

Su decantación por la investigación científica se la debe, en gran medida, a sus mentores, los doctores Björn Holmgren y Ruth Urbá -académicos del ya extinto Departamento de Investigaciones Biomédicas del Instituto de Ciencias de la BUAP-, quienes acentuaron su orientación hacia el área biomédica, en particular la Fisiología, y le legaron la línea de investigación que hasta hoy conserva, luego de  graduarse con Mención Honorífica como Médico, Cirujano y Partero, por la BUAP, con una tesis experimental sobre el dimorfismo sexual de la conducta de bostezo. Al doctor Holmgren, “hombre íntegro, comunista de a de veras, probo”, le debe su formación ética y el sentido humanista hacia sus estudiantes.

Ya en la ruta de la investigación, estudió la Maestría en Ciencias Fisiológicas (1985-1988), durante la cual realizó su proyecto experimental en el Centro de Investigaciones en Reproducción Animal, de la Universidad Autónoma de Tlaxcala, y en el Centro de Investigación y Estudios Avanzados (CINVESTAV), del IPN, donde trabajó con el doctor Carlos Beyer Flores, el más destacado neuroendocrinólogo del país. 

 “Fue una experiencia muy grata. Él me dio la oportunidad de tener una estadía larga en la Universidad Rutgers, en Nueva Jersey, Estados Unidos, con los doctores Barry Komisaruk y Jay Rosenblatt (hoy fallecido), un parteaguas en mi vida, ya que allí tenía lugar la ciencia más consolidada del mundo, al lado de líderes en neuroendocrinología conductual, cuando tenía tan solo 25 años”.

Más tarde se doctoró en Neurociencias por el CINVESTAV, también con Mención Honorífica, teniendo como mentor al doctor Pablo Rudomín, el neurocientífico de mayor prestigio en aquellos años en México, con quien tuvo la oportunidad de trabajar en su laboratorio durante siete años y medio.

 “El doctor Rudomín me consolidó en formación científica y me brindó la oportunidad de revisar trabajos para las más prestigiosas revistas, conocer las investigaciones de los Institutos Nacionales de Salud (NIH) de los Estados Unidos de América y con investigadores de primer nivel del orbe”.

 Autor de más de cien publicaciones, entre artículos en revistas arbitradas internacionales e indizadas, más de una treintena de capítulos de libros y cinco libros, José Ramón Eguibar es un ser feliz desde que decidió ser fisiólogo, labor que realiza en el Laboratorio de Neurofisiología de la Conducta y Control Motor, del Instituto de Fisiología de la BUAP.

Estudiar el bostezo, una conducta estereotipada, parecería cosa inútil. Nada más alejado de la realidad. En las bases de datos electrónicos hay más de mil 125 artículos sobre esta conducta. Se trata de una de las líneas de investigación más consolidadas en el número de citas del Instituto de Fisiología, de la cual los doctores Björn Holmgren y Ruth Urbá dejaron un camino recorrido: modelos de investigación y trabajos publicados, tras su llegada a México en 1981.

Hoy, y luego de más de 35 años de investigación, José Ramón Eguibar trabaja el bostezo como un marcador de la ansiedad, la depresión, el sueño y la conducta materna y sexual.

 “En los últimos años, trabajando con estudiantes y colegas, descubrimos que las ratas de bajo bostezo son más ansiosas que las de alto bostezo y se deprimen más. Si uno se siente ansioso y deja de dormir bien, hay una alta probabilidad de desarrollar depresión. En los últimos diez años hemos sistematizado todos estos resultados. Ahora hay que buscar los mecanismos que usan las ratas de alto bostezo para ser más resistentes a la ansiedad y depresión, que las de bajo bostezo. Esto permitiría hacer pruebas con nuevos fármacos u opciones terapéuticas, como es la estimulación del nervio vago. Esta línea importante la tenemos en el laboratorio y es una fortaleza, dado que tenemos animales con distintos niveles de estas enfermedades mentales”, explica.

Si bien las ratas de alto bostezo lo hacen en promedio 20 veces por hora, la estrella del Laboratorio de Neurofisiología de la Conducta y Control Motor, la rata taiep, bostezó 186 veces en una hora, sin duda un record mundial. Las ratas mutantes de mielina taiep son un modelo experimental de esclerosis múltiple, la enfermedad de la mielina, el aislante de nuestros nervios, más frecuente en el mundo. Sus siglas son el acrónimo de los síntomas que presenta a lo largo de su desarrollo: temblor al destete, al mes de edad; ataxia, a los cuatro meses; después, episodios de inmovilidad; luego, epilepsia del tipo de crisis de ausencia, característica de los niños; y, por último, parálisis de las extremidades posteriores.

De estatura alta, delgado, los tonos oscuros definen su vestir.  Es un hombre que irradia energía, vitalidad. Conversar con él es viajar por la memoria:  personajes, nombres, fechas, un río de palabras que fluye sin tropiezo. Sus ojos sonríen cuando habla, sus manos acompañan la elocuencia de su voz.         

A la BUAP ingresó en 1982, como auxiliar de investigación del doctor Björn Holmgren, en el área de Fisiología del Departamento en Investigaciones Biomédicas, del Instituto de Ciencias. A más de 35 años de labor, ha graduado a más de 50 alumnos de pregrado y posgrado. La interacción con estos, dice, es enriquecedor: “ellos son sensibles y nos muestran el mundo de afuera”. Además, tiene algo muy en claro: formar muy bien a sus alumnos e interesarse por ellos, incluso en sus vidas privadas, pues “algunos necesitan más apapachos”. 

Con una sólida formación en ciencia, gracias a que en su camino se topó con grandes investigadores -los doctores Björn Holmgren, Ruth Urbá, Pablo Rudomín y Carlos Beyer-, esto no le impide expresar que a menudo el quehacer científico se desarrolla “en una cancha de fútbol soccer, con un bat de béisbol y una pelota de fútbol americano”. Por ello, dice: “Hay que trabajar más, con dedicación, ética, probidad, para que haya un compromiso con las instituciones”.

En su opinión, en un país como México la universidad pública es fundamental. En sus aulas y laboratorios se produce más del 80 por ciento de las publicaciones en revistas indizadas, así como la formación de recursos humanos de alto nivel.

 “Hay un dato interesante, en 1984 se funda el SNI, para entonces el 80 por ciento de los investigadores estaban en la Ciudad de México y su zona conurbada, hoy la mayoría de los investigadores, niveles II y III, y el 72 por ciento de los posgrados de calidad, están fuera de esta zona conurbada del centro. El SNI permitió dinamizar la investigación científica fuera de la capital del país. Yo no me hubiera formado sin los recursos que se han aportado a la universidad pública”.

-¿Cuál es el papel de la ciencia en el crecimiento del país?

Es fundamental. Hoy es importante que se entienda la necesidad de llegar al uno por ciento del PIB en inversión en ciencia, tecnología e innovación. Ya hay referencias del Banco Mundial: los países que invierten el uno por ciento incrementan su crecimiento, el caso de Corea del Sur es ejemplar. El proyecto para secuenciar el genoma humano costó un dineral, se publicó en el año 2000, de cada dólar que se invirtió en este proyecto, hoy las empresas que han surgido a partir de esto obtienen 7 u 8 dólares más y para 2025 se espera alcancen entre 20 y 30 dólares. Una inversión enorme que ahora ha multiplicado la inversión en las empresas que se desarrollan en este campo.

Para salir del hoyo, como país, insiste en la necesidad de que haya un crecimiento en la inversión en ciencia, y como consecuencia de esto en investigadores:  “Brasil y Argentina tienen el doble y el triple, respectivamente, de investigadores por habitante, de los que tiene México. Por lo tanto, si no impulsamos y consolidamos un sistema de ciencia, tecnología e innovación, no vamos a ser competitivos, no tendremos productos de alto valor agregado, pero, sobre todo, no seremos parte del concierto mundial”.

En este desafío, afirma: “No debemos ser cortoplacistas”, porque el fundamento de la ciencia es el bienestar social; el conocimiento, son las trabes que deben apuntalar los programas contra  la pobreza, una deuda pendiente que cada día crece más. 

Y en la dimensión del ser, el área de humanidades es crucial:  “Hay que fomentar tener buenos historiadores, sociólogos, filósofos. Porque también es necesario repensar en qué mundo vivimos y cómo vivimos, pero quizás más importante como queremos vivir en veinte años”.

En él las ideas fluyen con claridad. Es una película sin cortes. Tras el hombre de ciencia, el académico y funcionario universitario, aflora siempre el humanismo, un vaso comunicante que permea sus venas.

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