La toma de posesión de Andrés Manuel López Obrador tiene muchas lecturas y sin duda alguna, abre un parteaguas en la forma de gobernar en México.
El ahora presidente, López Obrador, tiene una conexión íntima con la gente y un vínculo que él mismo rescató en su discurso cuando le pidió al pueblo que no lo dejara solo: “Sin ustedes, los conservadores me avasallarían fácilmente, pero con ustedes me van a hacer lo que el viento a Juárez”.
Esa conexión apunta a un cambio radical en la forma de anclar políticamente al gobierno.
Después de los acuerdos cupulares, las negociaciones entre partidos y el reparto de recursos públicos, ahora se vislumbra un poder sustentado en la movilización popular.
Esté tipo de gobierno se remonta a la política de masas del cardenismo, cuando en aras de consolidar el poder, sacudirse a Plutarco Elías Calles y enfrentar a latifundistas y corporaciones extranjeras, el presidente recurrió a la organización y movilización de obreros y campesinos.
La emoción social que observamos el sábado en el Zócalo no solo demuestra la estrecha conexión entre el presidente López Obrador y la gente, sino el gran capital político del que dispone para tratar de construir un nuevo régimen.