AS México
Una figura única, cambió para siempre el baloncesto, la consideración del deportista afroamericano y, desde luego, las posibilidades económicas de los jugadores más allá de las pistas. Hay un antes y un después claro en un recorrido con seis anillos en seis Finales jugadas, cinco MVP, seis MVP de Finales, catorce all star, diez premios de Máximo Anotador de la NBA… para muchos, el mejor jugador de baloncesto de todos los tiempos.
En la vida de Michael Jordan, ya con mucho de leyenda, también hubo lugares oscuros, puntos a los que apenas llega la luz y sobre los que hay muchas narrativas entre lo real y lo que ha acabado deformado en la alargadísima sombra de un jugador único y de personalidad compleja. Los flirteos con el mundo del juego, el asesinato de su padre, su primera retirada de la NBA, el tipo de liderazgo que ejercía en Chicago Bulls… La biografía del 23 tiene muchos recovecos… y también espacio para las anécdotas más particulares que acapararon en su día, como todo lo que le pasaba, titulares en la prensa.
Eran demasiado jugoso como para no hacerlo. Por ejemplo, este: orden de arresto contra Michael Jordan.
Suceder, sucedió. Fue el 6 de junio de 1989, cuando Jordan empezaba las vacaciones tras perder con sus Bulls en la final de la Conferencia Este, contra Detroit Pistons. Fue el peaje que pagó contra los Bad Boys, que lo molieron a palos en dos antesalas de las Finales (1989, 1990) con las famosas Jordan rules, su estrategia (ultra física y en muchas cosas más allá del reglamento) para contener a un jugador casi indefendible; Y que en esos años se curtió y trabajó mucho en el gimnasio para pasar de una vez por todas por encima de esos Pistons que fueron campeones, un equipo de leyenda liderado por Isiah Thomas, en esas dos temporadas que enlazaron la era de Magic Johnson y Larry Bird (hasta 1988) con la de Jordan (a partir de 1991).
Entonces, en aquel día de junio de 1989, Jordan se puso en carretera para conducir a su Carolina del Norte natal. Por el camino, cruzó Lexington (territorio de la mítica Universidad de Kentucky) sin reparar en que no estaba prestando demasiada atención a los límites de velocidad de la carretera I-75. Su Ferrari Testarossa de 1988, un coche que en su versión actual vale más de 200.000 euros, marcó una velocidad máxima de 152 km/h en una zona en la que no se podía pasar de 104. Tenía 26 años, un coche muy llamativo y una matrícula inconfundible: M-AIR-J.
Cuando fue parado por la policía, le pusieron dos multas. Una por el exceso de velocidad y otra porque no llevaba encima el carnet de conducir. Al menos, los agentes contaron que no intentó salir de rositas usando su nombre y fama, y dijeron que su comportamiento había sido “el de un absoluto y perfecto caballero”. El problema, lo que alargó la historia y la llevó al extremo, fue que a Jordan se le olvidó pagar esas multas. Nunca llegó a hacerlo hasta que, poco más de un mes después, un juzgado de Lexington emitió la orden de arresto que se hizo famosa en todo Estados Unidos.
La cosa si que no pasó de ahí. Cuando se le informó de su error, Jordan, que tampoco había comparecido en el juzgado, envió inmediatamente el dinero de las multas y una copia de su carnet de conducir. Fue agente entonces, Barbara Allen, la que pagó por la vía rápida (a través de Federal Express) unas multas que ascendía a 102 dólares.
A Jordan le gustaba la velocidad. Y alguna vez sí se aprovechó de ser Michael Jordan para no tener que pagar más multas. Lo contó su excompañero Charles Barkley: “Siempre íbamos juntos a todos lados, y cogíamos el coche y nos poníamos a 180, 190, casi 200… Una vez notamos que alguien se nos echaba encima y aceleramos todavía más, a más de 200… lo siguiente que vimos, tres kilómetros más allá, fue como veinte coches de policía cortándonos la carretera. Pero cuando paramos y nos bajamos todo fue como ‘oh, Señor Jordan, lo sentimos. Solo vaya un poco más despacio, hasta la próxima semana’”.
De Michael Jordan también se sabe que creció (en el Sur, claro) siendo un gran fan de la NASCAR y las competiciones de velocidad. Idolatraba a pilotos como Dale Earnhardt Sr, Richard Petty y Cale Yarborough, y llegó a tener, años después, su propio equipo: 23XI Racing.