Desde hace años, Alejandro Armenta iba a ser gobernador, pero su acostumbrada virtud (de la que habla Platón en La República), hizo que cediera el lugar que le correspondía para madurar su carrera política.
Desde entonces, Eduardo Rivera revisaba todos los días con lupa lo que hacía Armenta, a quien desde entonces sabía que era imposible ganarle por varios factores.
Hoy Armenta es gobernador electo y Eduardo Rivera tendrá que irse a lamer las heridas que le sangran de la corrupción que será exhibida cuando lleguen a revisar todo lo que desvió en recursos públicos desde el DIF a cargo de su esposa Liliana Ortiz, a la cual le consiguió con urgencia una candidatura a diputada federal para tener fuero.
El triunfo de Armenta en las urnas es la expresión de las mayorías que desean gobiernos y gobernantes cercanos al pueblo, no como los militantes panistas que se han convertido en elitistas y desprecian al pueblo. Eduardo Rivera es un ser que por sus complejos físicos se cree cercano a la monarquía aunque tenga que renunciar a sus raçes.
Armenta fue prudente, paciente y maduró su proyecto político. En el camino se le atravesó la Presidencia del Senado de la República con magníficos resultados para la Cuarta Transformación y su líder moral el presidente AMLO.
Ayer tras saber su amplia ventaja, nuevamente Armenta mostró su rostro y extendió la mano a la oposición pese a que su líder moral, Rivera, se encuentra rodeado de gente que pertenece al crimen organizado.
Los riveristas son gente ultra radical de derecha, aquella que nació en los gobiernos fascistas persecutores y aniquiladores de quienes les estorban y hoy agonizan porque tendrán que dejar el poder político y no podrán saquear el erario público (leer a Emilio Gentile).
Para ser breve, en los cafés, pasillos y mensajes de texto vía WhatsApp, unas de las frases más recurrentes fueron: “Cuánta falta les hace Rafa a los pinches panistas para robarse o ganar elecciones” y “Rivera perdió porque Barbosa no le ayudó a robarse la elección”.