Sea odiado o querido, respetado o temido, a Manlio Fabio Beltrones se le escucha cuando habla. En más de treinta años de militancia en el PRI lo ha sido todo menos presidente de México.
Representante del PRI que surge tras el asesinato de Luis Donaldo Colosio, casi un cuarto de siglo después, Beltrones sigue sintiéndose con fuerzas para influir en el futuro porque como él dice “la experiencia no se jubila”, menos aún en un país donde en los últimos tiempos han sobrado los aprendices, los improvisados y los mirreyes.
Recibe a EL PAÍS en sus oficinas de Las Lomas, una zona residencial hacia el poniente de la capital mexicana, durante más de una hora. Pantalón gris, camisa azul claro, sin corbata, saco negro. En una repisa, encuadernados, varios volúmenes con la obra de unos de los grandes caricaturistas políticos de México, Abel Quezada. Beltrones habla despacio, midiendo sus palabras, dejando claro que no dirá más de lo que no quiera decir, pero sin meandros, sin envolverse en ese galimatías sintáctico tan habitual en los políticos mexicanos.
Identidad, consenso, gobernabilidad, orden son algunas palabras que repite en su discurso, pero no suenan banales ni sería inteligente tomar a la ligera. Beltrones hace tiempo que abandonó sus ambiciones de llegar un día a ser presidente, pero jamás ha renunciado al poder, y el poder como se entiende en este país tiene ecos shakesperianos y no es precisamente un juego para pusilánimes.
En su visión, México está obligado a cambiar y, por tanto, el PRI a una nueva metamorfosis: “El que gana ya no lo gana todo. El régimen político está agotado y hay que avanzar hacia una presidencia compartida. No me preocupa quién gane las elecciones ni las coaliciones electorales, sino las coaliciones de gobierno y quién gobierne”. Niega Beltrones que defienda una presidencia débil, simplemente subraya que ahí están los últimos ejemplos de presidentes fuertes para sacar conclusiones.
Su aspiración, que en su boca suena más bien como un pronóstico sobre lo que vendrá en 2018, es un gobierno de coalición donde el Congreso, un terreno en el que un operador político de su categoría se mueve como pez en el agua, ejerza una fuerza decisiva. Por eso pone distancia con la grilla sobre quién será el candidato presidencial del PRI en las elecciones del año que viene si un independiente, un simpatizante o un militante veterano. Tan solo advierte: “El dedazo nos podría hacer mucho daño”.
A estas alturas Beltrones parece haber llegado a la misma conclusión que su admirado Abel Quezada, quien ya en 1953 escribió: “El problema de México no es que haya un tapado, sino muchos tapaditos”.