Martes, 27 Diciembre 2016 13:10

La película que Fidel Castro no quería ver

Escrito por CUBANET/Tania Díaz Castro

Quizás por error, allá por los comienzos de la década del sesenta del siglo pasado, los cubanos pudimos disfrutar en los cines habaneros los filmes más recientes de Luis Buñuel (1900-1983). Cuando las autoridades del régimen castrista se dieron cuenta de lo “nocivo” de esos filmes, quedaron prohibidos para siempre.

En España, por esa fecha y a pesar de que ya Buñuel estaba reconocido mundialmente como un genio del Séptimo Arte, Francisco Franco le cerraba

por segunda vez y para siempre las puertas de Madrid, cuando su filme Viridiana sorprendió a todos los timoratos y “agradecidos” del dictador español.

Entonces coincidía el jefe máximo de la Revolución Cubana con las ideas de su homólogo español. Se comentaba además que había surgido entre ambos dictadores una corriente de simpatía personal.

Treinta años después de iniciar su carrera y alejado de su tierra natal desde 1937, Buñuel regresa a España en 1960 con permiso de Franco, para filmar Viridiana, en una bella finca de las afueras de Madrid.

En 1961 se exhibe Viridiana en ese país y en otros muchos y obtiene La Palma de Oro, máximo galardón del Festival de Cannes, representando a España.

Pero Viridiana, tal vez como carta oculta de Buñuel, sorprendió a todos y muchos se opusieron a ella. Por supuesto Franco, el Vaticano y todo aquel que no tuviera en cuenta los valores primordiales de la sociedad moderna.

Su rica y fabulosa imaginación, ahora con más experiencia y madurez, desplegó con una increíble mordacidad y lucidez un mundo del cual todos somos partícipes.

En Viridiana está presente el “rebelde” crucificado; un rebelde entre comillas, que aún continúa marcando pautas y reinando en este mundo, donde es tan imprescindible la autoestima y la capacidad de valerse por sí mismo, mediante la tenacidad y el optimismo para vivir.

No gustó a Franco, y mucho menos a Fidel Castro, que en los filmes del cineasta aragonés se reflejaran ideas contra el dogmatismo del pensamiento humano. Tampoco que se demostrara el avance del reino del capital, mientras el reino religioso queda atrás, con el fondo de los acordes del Aleluya de Haëndel y el Réquiem de Mozart.

Viridiana no era un buen ejemplo a seguir, según dictadores y gobernantes autócratas, donde pueden verse las consecuencias de la represión. Sobre todo porque mientras Viridiana ejerce una vida de pureza absoluta —llamémosla así—, con rezos y horas nocturnas de flagelación, se invierten recursos, gracias a su primo Jaime, para que la finca de la cual ambos son dueños se desarrolle y prospere.

Viridiana es un filme repleto de simbolismos, provocador y audaz que obliga a pensar, dirigido por un buen conocedor de la psicología humana —sobre todo de las masas— y un fuerte opositor a los estragos que sufre el Hombre a través de las ideologías obsoletas, ya sean políticas o religiosas.

El final del filme, bien lo recuerdo, podría resultar una dura lección para los políticos que se sienten apoyados por los más humildes: es cuando Viridiana, la novicia protagonista, recoge en su rica mansión a todos los indigentes del pueblo para ofrecerles una mesa al estilo de La última cena, de Leonardo Da Vinci, donde coman y beban todo lo que quieran. Cuando se hartan y se embriagan de buen vino, tanto hombres como mujeres demuestran su naturaleza ambivalente, traicionan a Viridiana, lo destrozan todo, le roban y por último intentan violarla.

Una escena, sin duda, que los ojos de Fidel Castro no pudieron admitir.

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