“Trump es un cerdo”. A muchos kilómetros del debate presidencial del domingo por la noche, en el desierto de California el candidato Donald Trump fue crucificado por una estrella de rock ante decenas de miles de personas con música de Pink Floyd. Roger Waters utilizó su concierto sobre el disco The Wall para hacer un alegato demoledor contra el candidato republicano. “Trump es un cerdo”, fue el mensaje que inundó las enormes pantallas del espectáculo de Waters en la noche californiana.
Waters era el último número del festival Desert Trip, una reunión sin precedentes de estrellas de la época dorada del rock organizada por los responsables de Coachella. En tres días tocaron en el mismo escenario Bob Dylan, The Rolling Stones, Neil Young, Paul McCartney, The Who y Waters. Todos hicieron versiones completas de sus espectáculos actuales para un público lleno de canas donde los menores de 40 años eran minoría.
El show creado por Waters supera el concepto de concierto. Es un despliegue multimedia hipnotizante. En una entrevista con EL PAÍS el año pasado, Waters explicaba que el montaje es “una acción de protesta” que puede llevar allí donde considere que hay una injusticia. La semana anterior, Waters había presentado este espectáculo en el Zócalo de la Ciudad de México, delante de la sede de la Presidencia, con una petición explícita al presidente de México para que dimita.
Este domingo, la cara de Donald Trump apareció en las pantallas mientras sonaba la canción Pigs. Un montaje lo mostraba vomitando a chorro. En otro, tenía cuerpo de cerdo. Mientras, en las pantallas se sucedían algunas de las frases más disparatadas del candidato en esta campaña. A continuación, sonó Another brick in the wall mientras un enorme cerdo hinchable volaba sobre el público con el rostro de Trump y la palabra “cerdo”, además de “ignorante, mentiroso, racista, sexista” y la frase “que se joda Trump y su muro”.
La última jornada la había abierto The Who. El tercer gran grupo de la invasión británica de los sesenta después de The Beatles y The Rolling Stones. Desde que Pete Townshend y Roger Daltrey decidieron que podían hacer juntos un espectáculo de grandes éxitos, la suya es una de las reuniones más celebradas del rock. The Who suenan como un cañón. Rock compacto, directo, capaz de hacer bailar a quien sea, con Townshend haciendo el molinillo en la guitarra y la voz de Daltrey más grave, pero con buena parte de su potencia operística intacta.
“Bueno, aquí estamos, joder”, dijo Townshend. “¿Habéis venido a ver bailar a los viejos?”. I can’t explain y The seeker abrieron el espectáculo de The Who, quizá el que más energía tuvo de los tres días. “Esta es la parte del show en la que yo digo que vamos a tocar una canción de 1967, antes de que muchos hubierais nacido”, bromeó Townshend ante un público que peinaba tantas canas como él. “Aunque hay un par de viejas putas aquí en la primera fila”, soltó el viejo rockero viviendo su personaje hasta el final.
Después habló de cuando la música había que escucharla en la radio, “no en tu teléfono” y de cuando ellos eran “los Justin Bieber o las Rihannas de nuestro tiempo”. Sonaron impecables los himnos como You better you bet, Pinball wizard, Baba O’Riley y We won’t get fooled again. También My generation, donde pasados los 70 años cantan eso de: “Espero morir antes de hacerme viejo”.
Con una energía sorprendente, Danny Novak, de 65 años y en una silla de ruedas, decía que le habían gustado mucho The Who y Neil Young, a los que no había visto nunca. Decenas de miles como él aguantaron tres días seguidos con polvo del desierto y temperaturas por encima de 35 grados conciertos hasta la medianoche. Cómo de irrepetible y único es este festival es la pregunta que queda en el ambiente. Será difícil que este público repita otro año. Por el lado de los artistas, varios llevan más de 20 años jugando al juego de que es la última vez que puedes verlos en directo, y en algún momento será verdad. Ante el éxito de la venta de entradas del festival, los organizadores se aseguraron un segundo fin de semana (14, 15 y 16 de octubre) en el que se repetirá la histórica alineación. Esa vez sí, será la última. Hasta la próxima vez.