El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, elevó el tono de la confrontación geopolítica al exigir públicamente a Estados Unidos el cese inmediato de lo que calificó como un “intervencionismo ilegal y brutal”. Este enérgico llamado no es una retórica aislada, sino el punto culminante de una sostenida escalada entre Washington y Caracas, situando a la región en una nueva y peligrosa frontera de tensión. La acusación del mandatario, realizada frente a una masiva movilización de simpatizantes, resuena como una alarma continental: “No al intervencionismo, no a los planes de desestabilización de cambio de régimen”, sentenció, buscando consolidar un frente interno y movilizar apoyo internacional en defensa de la soberanía.
La denuncia de Caracas encuentra su raíz en un extenso y perjudicial régimen de sanciones económicas y financieras impuestas por la Casa Blanca, medidas reconocidas incluso por organismos internacionales por su severo impacto humanitario. A esto se suma la persistente política de Estados Unidos de reconocer a la oposición como gobierno legítimo, lo que, según el análisis venezolano, no hace más que confirmar el objetivo de derrocamiento. Además, la designación del gobierno bolivariano como un "Estado narcotraficante" y, más recientemente, la identificación del Cártel de los Soles como organización terrorista, son vistas desde la capital venezolana como el "pretexto perfecto" para justificar acciones injerencistas más agresivas y la militarización del Caribe.
En un viraje preocupante de la diplomacia a la operación militar, la tensión ha subido exponencialmente en las últimas semanas. Recientes eventos catalizadores han incluido la captura por parte de fuerzas estadounidenses de un buque tanque con bandera extranjera que transportaba crudo venezolano, un acto que Caracas ha denunciado como "piratería económica" que atenta contra su principal fuente de ingresos. Esta acción, junto a los vuelos de reconocimiento y los despliegues de buques de guerra de EE.UU. cerca del espacio aéreo y marítimo venezolano, descritos por Washington como "patrullas de rutina", son tildados por Venezuela como "provocaciones" destinadas a crear un escenario de alta fricción.
La estrategia del presidente Maduro, al grito de “patria sitiada”, busca efectos múltiples: desviar la atención de los problemas internos generados por el bloqueo económico, unir a las facciones en torno a la defensa nacional y apelar al principio de no intervención en el seno de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). Esta convocatoria ha generado una reacción internacional fracturada. Mientras que países como Rusia y China han condenado enérgicamente el "intervencionismo" y llamado al respeto de la Carta de la ONU, la Unión Europea mantiene una posición ambivalente. Entretanto, países clave de América Latina, como México y Brasil, han convocado a una reunión de emergencia de la CELAC, buscando una posición consensuada que evite la polarización total y frene cualquier acción unilateral.
@_Melchisedech
