Reconozco públicamente que el preso Arturo Rueda es el rey de la calumnia, la difamación, la burla, el chantaje y la extorsión, porque carece de valores y no tiene a quien rendirle cuentas ni cuidar su futuro.

A sus casi 50 años es “soltero” y no tiene hijos a los cuales tenga que entregarles cuentas. Por eso su exceso en el uso del lenguaje y constantes actitudes delincuenciales.

Arturo Rueda tiene una poderosa razón para ser cruel, infame y un verdugo digital: sufrió abuso desde su niñez, juventud y también en su adultez, por eso escribe todo tipo de mentiras con saña, desde su instrumento de poder (medio de comunicación), desde donde se creía empoderado para incluso evadir la acción de la justicia.

El delincuente fue educado sin eticidad, y hoy quienes se identifican con él, piden su liberación. Nada más vergonzoso.

Dice Michel Foucault en su gran obra Castigar y Vigilar, que el suplicio judicial se debe comprender también como un ritual político, y eso es lo que no entiende quien se dedicó a extorsionar a políticos.

El mismo autor ejemplifica que el suplicio se vuelve intolerable e irritante si se mira desde del poder, del cual “descubre su tiranía, exceso… y su cruel placer de castigar”.

El extorsionador muchas veces fue un auténtico verdugo y hoy clama justicia, la justicia perfecta que es aplicada por las instituciones que han impedido su salida gracias a mecanismos de gran valor ético.

Sin embargo, el mismo Foucault sale en defensa de los delincuentes cuando asegura que una cosa debe respetarse de los presos: “su humanidad”, pero en el caso de Rueda, por lo menos debe pasar 15 años encerrado para pagar tanto daño que hizo con su perfil de psociópata.