El ejemplo más claro de lo que es un periodista, comunicador o reportero, se puede ejemplificar con los 16 últimos años de la vida profesional de Joaquín López Dóriga, ex conductor del principal noticiero televisivo de México.
El pasado viernes, fue el último día que el otrora conductor estuvo al frente de ese espacio televisivo.
El motivo: la poca credibilidad que tenía tras las acusaciones por chantaje de las que es objeto (junto con su esposa), por parte de María Asunción Aramburuzabala, exitosa empresaria cuya fortuna asciende a más de 6 mil millones de dólares y considerada una de las mujeres más influyentes de México por la habilidad que ha mostrado en los negocios.
Televisa de Emilio Azcárraga no soportó más la humillación pública y le dio una salida digna a quien hasta ese día siempre había mostrado una actitud de juez público que despedazaba a cuanto personaje se le pusiera enfrente.
El viernes pudimos ver a un López Dóriga huérfano de poder, justificando su futura ausencia y lamiéndose la derrota más dolorosa que le ha dado la vida.
Por supuesto, Televisa sabía que levantaría el morbo de los mexicanos y decidió televisar en vivo la fiesta-despedida que le hicieron al ex conductor-, cuya edad ya no le alcanza para comprar o tener un poco de dignidad.
La entrevista con Adela Micha fue abierta entre comillas, pues el conductor ya no demostraba ni irradiaba poder, ese que te da solo un medio de comunicación como Televisa.
López Dóriga se tiró al piso, pataleó, se justificó, pero nada revirtió su despido del noticiero.
Estará en otros espacios, sí, pero jamás en el noticiero más influyente de México.
Literalmente desde ahora es un cadáver periodístico.
Eso son los medios: un día hacen Dios a un ser humano que se convierte en soberbio y otro día lo matan en vida.
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